Las lesiones en las regiones
frontales y parietales de los hemisferios cerebrales, así como las lesiones en
el tronco cerebral, suelen provocar debilidad en la parte del cuerpo contraria
a la del hemisferio cerebral lesionado. Así, son frecuentes las hemiplejias (parálisis
de la mitad del cuerpo) y las hemiparesias (pérdida de fuerza y destreza en la mitad del
cuerpo).
Otro problema físico importante es la espasticidad, consecuencia de la aparición de un
tono muscular anormalmente elevado en algunos grupos musculares. Generalmente
se observa este fenómeno en aquellos miembros que están también afectados por
la pérdida de fuerza, lo que da lugar a que dichos miembros adopten posturas
anómalas que, a la larga, serán origen de dolor y discapacidad añadida. Algunos
de los patrones más comunes son la garra palmar (la mano queda completamente
cerrada siendo difícil su apertura), la flexión de codo o de rodilla y el pie
equinovaro (pie en punta y con la planta girada hacia dentro). La afectación de
la rodilla y del provoca deformidades que impedirán en última instancia colocar
a la persona en de pie.
En el caso de las hemorragias de aneurismas de la región
anterior del cerebro se producen cuadros de parálisis de miembros inferiores
con conservación de la movilidad en las extremidades superiores. La falta de
movilidad en los miembros condiciona pérdida de habilidades muy importantes, y
genera un alto nivel de discapacidad. En casos muy severos puede verse
comprometida la capacidad de mantener el control sobre los movimientos de la
cabeza, la de mantenerse sentado sin apoyos, la de ponerse de pie sin ayuda o
la de deambular.
Las consecuencias más frecuentes de estas limitaciones motoras
son la necesidad de utilizar una silla de ruedas para los desplazamientos, o la
necesidad de realizar muchas actividades con una sola mano, lo que en ocasiones
obliga a entrenar un cambio de dominancia manual.
Un caso especial de trastorno del control motor es el que afecta
a la deglución, es decir, a los movimientos habitualmente automáticos que nos
permiten tragar alimentos sólidos o líquidos. Esta dificultad para tragar se
denomina disfagia y
en ocasiones interfiere con una adecuada nutrición e hidratación de la persona
con DCA, por lo que se precisa recurrir a vías alternativas de alimentación a
través de sondas nasogástricas y de gastrostomías (acceso directo al estómago
desde el abdomen). La dificultad para tragar suele ser mayor para las
consistencias líquidas y los volúmenes grandes.
Otro caso particular lo constituyen los
trastornos en el control de esfínteres. Se presentan en diversos grados de
severidad, desde la simple urgencia miccional hasta la doble incontinencia
diurna y nocturna.
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