No es raro que, tras un traumatismo o un ictus, la persona
afectada presente inestabilidad de las emociones, depresión o pérdida de
control sobre la expresión del llanto o la risa. En casos de ictus es
especialmente frecuente la aparición de un síndrome depresivo.
Dentro de los trastornos de personalidad destacan dos
prototipos, el desinhibido y el apático. En el tipo desinhibido se observa una
incapacidad para frenar los impulsos; la persona no es capaz de reservarse para
si lo que piensa, es excesivamente familiar con los que le rodean, se comporta
de modo invasivo y puede exhibir conductas socialmente inadecuadas. En las
personas que presentan apatía domina la opuesto y en la falta de motivación, la
indiferencia emocional y la tendencia a la más absoluta inactividad. La persona
permanece callada y generalmente quieta mientras no se le estimula. Es
consciente, pero indiferente a lo que le rodea. Habitualmente asociados a estos
trastornos de la personalidad pueden aparecer problemas de conducta, tales como
la agresividad, que hacen que la reintegración del paciente al entorno socio
familiar se vea comprometida.
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